5 de febrero de 2008

Sunshine

La ciencia ficción es un género que con frecuencia nos muestra aquello en lo que nos podríamos convertir. Mundos devastados, agonizantes, al borde de la extinción, y todo por culpa del ser humano. Es como una versión más gore del documental Una Verdad Incómoda de Al Gore (me ha parecido ingenioso, lo siento). Por tanto, a pesar de estar ambientados en un futuro que puede ser más o menos lejano, debe tener los suficientes lazos con la realidad como para que podamos establecer paralelismos.

También es un género en el que los elementos a utilizar son un arma de doble filo. Es fácil caer en la cutrez y hacer películas que pronto caen en el olvido. Pero por lo menos una vez por década, llegan películas que se convierten en iconos. Obras extrañas que tienen un mensaje sobrepuesto a sus imágenes, mensaje que con frecuencia pasa inadvertido para los espectadores de su tiempo, haciendo que estas películas se valoren mejor cuando ya han macerado bien en la volátil bodega que es el imaginario colectivo. Por citar un par, me vienen a la mente el 2001 de Kubrick y Blade Runner, de Ridley Scott. Pues me atrevo a encajar Sunshine entre estas dos obras maestras.



La película empieza con una toma del astro rey, el Sol. Conforme se acerca la cámara, descubrimos que lo que estamos viendo en realidad es un reflejo, provocado por el escudo protector de calor que lleva la Icarus II, nave en la que transcurre la acción. El Sol está muriendo, la Tierra cada día es más fría, y la última esperanza de la humanidad es enviar una enorme bomba para reiniciar al Sol y poder sobrevivir. La buena ciencia ficción te traslada a un mundo sólido y creible, que no necesita explicar todos y cada uno de los elementos que ves para trasmitir esa verosimilitud. Como si vieras el mundo por el paño de una cerradura. En la mala ciencia ficción, tienes la sensación de estar viendo un mundo artificioso, como una obra de teatro, sólo hecho para tus ojos. Sunshine enseguida te abraza y te lleva de la mano a un mundo diferente, del que te hace cómplice.

Algunos astronautas han experimentado una curiosa sensación, llamada el efecto visión general.

Y entonces, sin previo aviso, le invadió un sobrecogedor sentimiento de felicidad, eternidad, conexión… Sintió de pronto y en profundidad que comprendía que sus átomos constituyentes habían nacido de los fuegos de antiguas supernovas. Vio a la Tierra y sus gentes y al resto de especies y sistemas como un todo sinérgico, integrado y unificado. Se sintió bien, en éxtasis en realidad…
Como espectador, la magnificencia lograda por las imágenes de Sunshine logran hacerte partícipe de este efecto. Compartes con la tripulación la magia experimentada al ver Mercurio por primera vez, danzando con el Sol en un baile cósmico irrepetible. Dicho esto, es obligado hablar de aquello que vertebra la película. El Sol, su brillo, su potencia, su presencia eterna en cada fotograma. Los protagonistas se sienten fascinados por él, cada segundo que pasa están más cerca de su superfície. Poco a poco, el brillante óvalo va agrandándose en sus retinas, de igual manera que se agranda en sus mentes.

Se dice que el rostro de Dios es luz, y que ningún humano sería capaz de aguantar su visión. De hecho es lo mismo que sucede con el Sol en distancias cercanas. El paralelismo creado es demasiado bueno para desaprovecharlo. ¿Corresponde al hombre activar al moribundo astro con una bomba para crear una estrella dentro de otra estrella? ¿Es el ser humano capaz de tomar el relevo y vivir con aquello que ha creado él mismo sin ayuda? ¿Brillará con la misma intensidad la Ciencia que la Fé? Polvo somos y en polvo nos convertimos.

Todo en Sunshine funciona a la perfección. Suspendidos en el frío espacio, pegados a una bomba y con un destino incendiado, las esperanzas de la tripulación no son muy altas. Y conforme avanza la película, las muertes, los problemas, la sensación de abandono y claustrofobia van en aumento. Empatizas perfectamente con los personajes, a pesar de estar definidos a grandes rasgos. Son personas normales, con un aciago destino. Es fácil creerse esa resignación que se agazapa en detrás de cada mirada de los personajes

Danny Boyle, el director, sigue innovando con su narrativa. Desde los flashes de la tripulación muerta a bordo del Icarus I, la fallida misión anterior, hasta ese final confuso pero altamente magnético. Quizás hay lugares de comprensión y del universo a los que el ser humano todavía no puede acceder, y esos minutos finales son un fiel reflejo de ese lugar donde no existe un espacio-tiempo conocido.

Mención aparte merece la música, de John Murphy y remezclada por Underworld es una excelente pieza sin la cual la película perdería gran parte de ese efecto visión general. La recomiendo altamente.

La primera imagen que vemos es el reflejo del Sol en la Icarus II, toda una declaración de intenciones. Es el niño jugando a ser Dios, esperando que la cera de sus alas no se derrita.
Sunshine se lleva un esplendoroso 10.


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